“Coque Malla en La Malagueta: 40 años de himnos, emoción y un público entregado”


Crónica Laura Sánchez; Fotografías Óscar Lugo

Málaga, 12 de julio de 2025. La Malagueta, con su estructura circular y ese aura legendaria que huele a historia, se llenó de música y emoción. Era el turno de Coque Malla, que traía bajo el brazo su ambicioso Tour 40 Aniversario, una gira que es más que un repaso de carrera: es una declaración de principios, una reafirmación artística con banda de lujo, escenografía pensada al detalle y un guion que no deja huecos al azar.

Lo primero que impacta es la puesta en escena: una iluminación teatral, sombras bien medidas, un telón visual que convierte cada canción en una escena de cine. Coque no canta, interpreta. No toca, habita sus canciones. En sus gestos hay algo de actor de método, algo de crooner decadente, y mucho de rockero veterano que ya no necesita demostrar nada... pero que aún tiene mucho que ofrecer.

Arrancó con fuerza, enlazando temas recientes con clásicos revitalizados. “Berlín”, “Hace tiempo” y “Un lazo rojo, un agujero” sirvieron de carta de presentación para una banda que suena como un reloj suizo: precisa, pero con alma. Pronto llegaron los momentos icónicos: “Adiós papá”, “Guárdalo” y una “No puedo vivir sin ti” que fue más del público que del artista. Esa canción ya no le pertenece a él; es del imaginario colectivo, del karaoke emocional de toda una generación.

El concierto alcanzó momentos de especial intensidad con las apariciones de El Kanka —profeta local querido como pocos— y Miguel Poveda, que aportaron alma flamenca y complicidad cercana. No fueron solo cameos, fueron abrazos musicales que convirtieron la noche en algo irrepetible.

Hubo espacio para el humor, para la reflexión, para la entrega sin reservas. Coque habló poco, pero cada palabra sonó a verdad. Su voz, rota pero cálida, es la de alguien que ha vivido mucho, ha perdido, ha ganado y ha aprendido a disfrutar del escenario como quien se reencuentra con un viejo amigo.

Y cuando el concierto llegó a su fin, con los ecos aún flotando en el albero, quedó esa sensación extraña y maravillosa de haber sido testigo de algo grande. No solo por la música, sino por la honestidad brutal de un artista que no juega a ser joven ni se acomoda en la nostalgia. Coque Malla está vivo, presente, y más libre que nunca.

 
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